El alcalde pedĆ”neo de la comunidad tenĆa mĆ”s perros que pelos en la cabeza. Era calvo. Los caninos le acompaƱaban en todas sus andanzas. Dicen las malas lenguas que su autoridad la imponĆa a travĆ©s de sus perros. Su mejor amigo era el veterinario, segundo en tenencia de estos animales.
Cuando Cazan, Taki, Bobby, KalimĆ”n, Terry y un perro negro llamado Tesoro empezaron a ponĆ©rsele viejo le dio por morder a la gente en la comunidad y esto empezĆ³ a irritar a su dueƱo el alcalde. Pero no se molestaba por las personas mordidas. El alcalde pedĆ”neo se molestaba por la gammaglobulina que debĆa comprar para inyectar a los afectados. Fueron muchas las sugerencias de que amarrara a sus perros como lo hacĆan los demĆ”s dueƱos. Este se negaba rotundamente.
Un seƱor de apellido MorĆ”n tenĆa tambiĆ©n tres perros. Estos nunca mordieron a nadie por el cuidado que le ponĆa. A estos sĆ³lo se le veĆa sueltos cuando iban y regresaban de las fincas donde los muchachos los llevaban a cazar gallaretas y guineas.
El veterinario, lo mismo que al alcalde le tocĆ³ costear vacunas de comunitarios. Cuando el veterinario encontraba algĆŗn cachorro nuevo dejaba a su albedrĆo a los mayores y naturalmente cuando estos mordĆan a alguien era fĆ”cil ubicar a su antiguo dueƱo. Una situaciĆ³n afectaba a dos de las principales autoridades del pueblo. El alcalde y el seƱor veterinario. No podĆan negarse a su obligaciĆ³n de poner las vacunas porque la gente siempre le ha tenido miedo a la rabia como el diablo a la cruz.
-No puedo seguir gastando mis chelitos en antitetĆ”nica, refutĆ³ el alcalde, un dĆa que fue visitado por el veterinario.
-Yo tampoco, le contestĆ³ el supuesto mĆ©dico, de quien siempre se tuvo duda al no verse ningĆŗn certificado colgar de la pared.
En los primeros dĆas de septiembre, dos perros del veterinario y dos del alcalde mordieron a unos niƱos. Fue la gota que derramĆ³ la copa. Esta vez los dueƱos gruƱĆan por separado por no pagar una inyecciĆ³n mĆ”s. Fue entonces cuando decidieron reunir a todos los dueƱos de perros del paraje La Barraca. Trataron de convencer a todos de que no era cierto que la mordida de perro daba la peste. El alcalde dijo que el veterinario tenĆa conocimiento de eso y que hasta Ć©l tenĆa la certeza de que eso era mentira ya que tambiĆ©n Ć©l habĆa hecho un curso de medicina durante el gobierno de Mon CĆ”ceres.
AsĆ que el veterinario y yo somos dos doctores y como a las tres son las vencidas y ustedes no vayan a creer que es capricho de nosotros vamos a consultar a un tercero doctor que vive en Villa Rivas quienes dirĆ”n a ustedes si es cierto eso de la rabia por la mordida de perro.
-Que haremos mientras tanto, preguntĆ³ MorĆ”n. Amarrarlos? Que siga todo igual. Dijo el alcalde.
-Quien los tenga amarrados que lo mantenga asĆ hasta ver que dicen los tres doctores y si estos llegan a la conclusiĆ³n de que es falso eso de la rabia, podremos soltarlos, pues la gente no se morirĆ” aunque no se le ponga la jodida vacuna.
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