TU PIEL TIENE LETRAS


Rafael J. Rodríguez Pérez 

Quienes hemos sentido desde jóvenes la profunda compulsión de escribir, de vaciar al papel algunas de esas cosas que sufrimos o gozamos como seres sensibles, y que empiezan a quemarnos por dentro, nos resulta descorazonador, aunque no lo admitamos jamás, entrar a una gran biblioteca o a una librería y observar los estantes repletos de volúmenes… Miles de ellos: gruesos, flacos, ligeros, multicolores, hermosísimos, y todos… ¡ajenos! Para aquellos que anhelan desde niños escribir libros, resulta una difícil sensación observarlos, en sus risueños anaqueles, pues cada uno de ellos es un recordatorio de que aún nuestro nombre, nuestras ideas, nuestros sueños, no adornan todavía ningún texto. Uno piensa: ¡Cuánta gente, Señor, se nos ha adelantado! Afortunadamente, la mayoría de las veces, la extraña sensación se transfigura en acicate. “Pronto”, decimos, “mi nombre estará ahí”. 

Esta noche, otra velada mágica donde nace a la luz un nuevo libro, celebramos precisamente eso, al conjuro de solo seis palabras: “Tu piel tiene letras, Lucy Cuevas”. Como ven, una oración sencilla, pero con solo mencionarlas ya estamos asistiendo al extraño milagro de saber, por ejemplo, que en esta misma librería, una de las mejores del país, y pronto en muchas más, y en las redes, y en todo el ancho mundo, esa combinación de palabras existe, puede ser encontrada, tiene un significado, designa algo concreto y, para los implicados, entraña también una emoción y un sueño realizado. “Tu piel tiene letras, Lucy Cuevas”. Un nuevo libro, y una autora. Ahora, cuando Lucy entre a Cuesta, sabiendo que su nombre ya está en alguna parte de ese vasto universo, aquella sensación inicial que describimos como abrumadora, dará paso a un orgullo callado que crecerá cuando al desgaire, como quien no quiere la cosa, su mano acaricie de pronto un anaquel y su nombre y su libro la sorprendan de nuevo, una y otra vez; porque ese susto delicioso no se pierde jamás. Por demás, enterado de los varios proyectos que lleva adelante, no pasará demasiado tiempo para que podamos formar, con Lucy Cuevas, otras combinaciones de palabras tan seductoras como éstas que celebramos hoy. 

Comunicadora, periodista, locutora… Lucy Cuevas se estrena con este libro en la ficción literaria, específicamente en la novela breve. La trama, sencilla en apariencia, narra la historia de una joven que descubre su vocación literaria desde pequeña, y escribe cuentos y versos sin cesar; sin embargo, los propios avatares de la vida la alejan de las cuartillas hasta que, años después, un encuentro fortuito con un joven (para más señas, el que sería el amor de su vida) detona nueva vez su deseo de escribir, y ella entonces retoma la creación literaria de manera febril, como suelen hacer la mayoría de los artistas al encontrar su musa, su inspiración, su voz… 

Recuerdo que al llegar a este punto de la novela, vino a mi mente aquella magnífica poesía de Borges, que comienza: “Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir”. Por suerte, Ydine, la protagonista, no hace ninguna de las dos cosas, sino, por el contrario, se lanza a vivir su pasión, o mejor dicho, sus pasiones; pues esta no es solo una historia de amor, sino dos; la del amor carnal, romántico, por su Rayan; y el otro, absorbente, obstinado, casi obsesivo, por la literatura; paradójicamente renacido de sus propias cenizas gracias al propio Rayan, algo que Ydine, al ir cosechando los frutos de su propio tesón y talento, que llega en forma de premios y de fama gracias a los relatos que escribe, comienza a olvidar en detrimento de su propia relación. El precario equilibrio que llega a establecerse entre esas dos grandes pasiones, hasta su punto inevitable de quiebre y caída, podría ser el verdadero conflicto de esta brevísima novela. Los otros, esbozados más que verdaderamente desarrollados en el texto, penetran en el ámbito de las contradicciones habituales entre los artistas y el mundo, la manera de asumir el arte, la realidad, incluso la responsabilidad social al convertirse el creador en referente o ejemplo para otros; algo que observamos claramente en la relación que nace entre la joven aspirante a escritora y la ya exitosa Ydine Coleman. La actitud de Ydine ante su admiradora, habla mucho de su calidad humana, virtud que en ocasiones no abunda en algunos mundillos literarios cerrados y enquistados en sí mismos, donde el otro se ve como competencia y no como colega o semejante. Esa misma sensibilidad permitirá a Ydine, al final del libro, reconocer sus errores y pedir perdón. La excesiva reacción de la cual es presa cuando cree que su esposo ha violado su intimidad literaria y dañado su relación con los personajes, al leer un manuscrito inédito sin su consentimiento, hallará salida final en un acto casi catártico de crecimiento espiritual y de ternura, haciéndola entender que ni el atrincheramiento soberbio, ni la sobrevaluada soledad, ni la fama, ni nada, redimen en verdad al ser humano como lo hace el amor. Aprenderá que todos los extremos son malos, y que para buscar la verdadera paz, el estado creativo al que aspira e incluso la felicidad conyugal, debe encontrar un punto de medio de anclaje y equilibrio donde las partes no sufran por el todo. 

Estructurada en siete capítulos cortos, la novela intercala, entre la historia principal, tres pequeñas subtramas que corresponden a libros o proyectos de libros escritos por Ydine. Dada la brevedad del texto, son narraciones que funcionan más como esbozos que como historias terminadas, algo que incluso podría decirse de la novela en general; pues resulta evidente que no han sido aprovechadas al máximo las potencialidades de un argumento que daba para más, ni la amplia libertad de recursos creativos y técnicos que posee el género novelesco. Tu piel tiene letras resulta pues un libro de tanteo, un primer paso que sin dudas abrirá el camino a nuevas novelas, pues sinceramente esperamos que Ydine Coleman no quede atrapada en estas páginas, y aparezca también en textos futuros, para que, si es posible, la madurez de su creadora crezca a la par de un personaje que puede llegar a ser entrañable, y aquí, más que dar un criterio, hago una exhortación a la autora: no dejes morir a Ydine Coleman, una chica sensible, talentosa, batalladora, que todavía cree en cosas esenciales, se extasía con las puestas de sol, escribe poemas y novelas y sabe ver las letras sobre la piel amada de su hombre, y mejor aún, descifrarlas y multiplicarlas. El mundo precisa gente así. Así que el cuadro que apenas comenzaste a pintar aquí, prosíguelo bajo una luz más fina y cuando hayas leído al menos dos novelas por cada nueva página que escribas. 

Quiero concluir estas líneas, que marcan el nacimiento oficial de un nuevo libro, algo ya hermoso de por sí, con las palabras con las cuales concluí una entrevista que me fue realizada recientemente, y que sirven también de exhortación para todos los jóvenes escritores dominicanos que, como Lucy Cuevas, aman la literatura: Les digo que si quieren hacer un corte verdaderamente profundo en la realidad que vive o vivió su país, si quieren calar en las esencias de la tierra a la que llaman Patria, comprender el espíritu de ese pueblo al que aman, dispónganse a escribir cuentos y novelas, con toda el alma. No lograrán ese alto objetivo escribiendo manuales de historia, ni panfletos sociales ni discursos o programas políticos de ninguna índole, pues jamás ningún poder estatuido logró redimir la interioridad de los seres humanos. Solo lo lograrán escribiendo cuentos y novelas. Quieran o no, en ellos, en las corrientes subterráneas de sentido que fluirán por sus páginas, en los personajes, angustias, contextos y esperanzas que sean capaces de reflejar, respirará el país hondo, múltiple y confuso; pero, sin duda alguna, el país verdadero.

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